La obra de González Collado por el escritor portugués Manuel Oliveira Guerra

No es habitual que un pueblo pequeño cree un ambiente artístico, un nombre y casi una «escuela», como sucedió en Ferrol con la experiencia de diferentes pintores, entre los que destacaban, junto a otros, Corral, Piñeiro y Sotomayor, al punto de hablar de la «Escola Ferrolana», y por eso, cuando uno de los artistas de la nueva generación, González Collado, montó su exposición de cerámica en septiembre u octubre de 1959 en la Sala de la Cultura de A Coruña, tuve las ganas de bajar a ver a los amigos coruñeses, a Collado y sus obras y al resto de expositores.

Como me era imposible viajar, no lo dudé, sin embargo, cuando Collado bajó casi hasta nuestras puertas y montó su carpa en Vigo, en la Sala Velásquez, el 2 de abril de este año, para mostrar a los vigueses sus cuadros. , y el día 4 estaba en la puerta de la Exposición, en una tarde templada, deseando sinceramente ver el cuadro de este simpático joven, artista jovial e inteligente y ya envuelto en una buena reputación. Y me gustó, me gustó mucho.

Al no haber tomado notas, de lo que hoy me arrepiento, no puedo, al cabo de unos meses y guiado sólo por la memoria visual y la memoria de mi sensibilidad, referirme a las obras expuestas y dar las impresiones que recibí de cada obra, pero puedo dar cuenta de las impresiones esenciales que la pintura de Collado produjo en mi espíritu y que, a partir del dibujo, quedaron en mi espíritu, esa base o fundamento de toda pintura, que sin ella no tiene construcción sólida posible.

Collado, en efecto, es un dibujante magnífico, fácil, rapidísimo, sobrio y gracioso, dotado de una maestría y un hechizo que sujetan nuestra mirada a la punta de su lápiz y la dejan como si estuviera quieta, en la expectación con la que nos espera ver el pájaro mágico de la manga del malabarista. Si al espíritu de Collado o a su capricho le agrada ceder a las exigencias de quienes esperan verlo transitar, dar un paso adelante y hacia corrientes más avanzadas, hacia lo abstracto, nunca se podrá decir de él que se hizo abstracto. de la comodidad y la facilidad que aportan a este género tantas personas que, sin saber pintar una pera, se ponen a pintar de la noche a la mañana. Collado siempre tendrá, detrás de las aventuras pictóricas en las que se involucra… evolutivamente (así se llena la boca con este adverbio…) todo lo que la Escuela ofrece de forma sólida y francamente constructiva a quien tiene algún talento para desarrollan y que es pan y vino, el sustento de la pintura – Dibujo. Collado no se adentrará en lo abstracto con las manos vacías…

Sobre esta línea magnífica, delimitadora, ondulada o angulosa, está bien construida toda la pintura de Collado, su pintura figurativa, de una figuración de nuestros días. Su paisaje («Paisaje», «Marina», «Puerto», «Paisage al amañecer», «Paisage con pinos», «Carretera con pinos»), sus aspectos urbanísticos de estilo gallego muy típico («Vieja Calle del barrio», «Puerto de la Coruña»), sus tipos populares («Mariñeros», «Vendedoras»), sus retratos («Retrato de mi esposa», «La Niña de las tranzas») y sus obras parisinas…

Esas pinturas en París («Place du Tertre», «Rue de Narvins», «Notre Dame») quizás no fueron las que más me impresionaron, naturalmente. París es la ciudad más pintada del mundo, los cuadros de los impresionistas al aire libre desde Manet están en los ojos de todos, pintores de todas partes van a París y pintan París, pasamos por Montmartre y vemos París a montones de cuadros y mi sensibilidad es Acostumbrada ya al ambiente de París, dado por tantos pintores y en tantos, tantos lienzos (empezando por el extranjero profundamente parisino que es Carlos Carneiro) mi sensibilidad, repito, se va volviendo algo exigente, a fuerza de haber sido mimada con una vista de magníficos aspectos de la ciudad de la luz, empapados de su atmósfera auténtica. Pero Collado, en las obras realizadas en Galicia, con su paisaje húmedo, lleno de poesía estática, dormida, contemplativa; con sus cuadros de plazoletas y callejuelas típicas, con buen gusto típico; con sus figuras del pueblo, rudo, gallego en extremo, auténtico, Collado, decía, me dejó encantado.

Galicia está pintada allí, por un gallego 100% gallego, 100% enamorado de su tierra, 100% artista, visto a través de su sensibilidad receptiva sobre todo lírica -y si Collado, no canta su Galicia como un poeta, sus casas típicas, sus barcas sumergidas en las toallas de aguas tranquilas de las rías, su gente sencilla, tranquila y cándida, de mirada quieta y lejana, Collado las pinta con todo el lirismo de su alma ferrolana, con toda la poesía de lo que es un alma de gallego. artista y amante de su tierra es capaz de…

Media hora después de visitar la exposición, Collado, en una mesa de café, me deslumbra con la prontitud casi alucinante de su dibujo ondulante, ondulado, y con el retrato que me hizo en un cuarto de hora, en miradas rápidas. su mirada seria y aguda, mientras conversaba con el poeta Celso Emílio Ferreiro. Al día siguiente el artista vino conmigo a Oporto, feliz como un gorrión, atento y observador de todo, para estudiar la posibilidad de traer aquí sus cuadros y con el natural deseo de ver nuestras cosas. Encargado por el Ayuntamento do Ferrol de arreglar y mantener sus jardines, su mirada estaba fija en nuestros parterres y observaba, registraba, tomaba notas. Dando, esparció dibujos por todas sus manos, cubrió más las paredes de mi casa.

Frente al monumento de Rosalía hizo la leve nota que acompaña estas palabras. En contacto con el maestro Barata Feyo, en su taller, quedó prendado de la simpatía y admiración por nuestro gran escultor. Y después, en la estación de C. de Ferrol, me abrió sus brazos amistosos, locuaz y emocionado, con pena de irse y con ganas de volver -como volverá pronto para mostrar en Oporto las aguas de sus rías, sus Las casas gallegas, la gente de su tierra…

Artículo publicado en la revista CÉLTICA, a principios de los años sesenta



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